19 junio, 2009

Ventanas Iluminadas

Con sus enormes ojos marrones se levantó de una larga siesta que lo ha dejado sin sueño. Y se paró delante de la ventana de marcos de madera. En realidad, ese día no había tenido ni el más mínimo bostezo.

Se había despertado temprano para ir a buscar lo que había encargado dos semanas atrás. En ese tiempo medio, justo antes de levantarse, su cabeza había tenido una regresión de pocos años atrás. Recordaba el primer día que la vio y sus rizos colorados que bailaban con el viento frío de invierno; la primera salida; las primeras caricias y el sinfín de primeros besos. Hasta incluso, mechaba sus recuerdos con imágenes algo menos alegres, como la atormentada pelea familiar, siendo ella, el centro del huracán.

Se abrigó con su sacón negro de paño. Y salió a la calle recordando la dulce voz de la meteoróloga del canal treinta y dos, que repetía incesantemente los tres grados de temperatura.

Llegó al local donde había hecho en encargue, peo se dio cuenta que era temprano. Faltaban aún treinta minutos para que la joyería de la avenida principal abra sus puertas de vidrio trabajado. No se desesperó. Esperó ansiosamente sentado en un banco, tratando que el tiempo pase rápido. Pero no sucedió. Volvió a recordar las mismas imágenes de unas horas atrás, pero esta vez, con la marcada presencia de esa pelea con su familia.

Consultó su reloj y se dio cuenta que ya había llegado la hora de buscar el par de alianzas de oro blanco. Se las había encargado a la dueña de la joyería, persona que conocía bastante. La mujer de cabello oscuro y tez bronceada, fue a buscar el pedido silenciosamente. Como si mantuviera un secreto. Regresó con un sobre blanco que llevaba escrito el nombre “Pedro”. El reconoció rápidamente esa perfecta caligrafía, y se retiró del local con el sobre entre sus manos.

Pedro se encontraba bastante desconcertado. No sabía porque su futura mujer había retirado las alianzas y dejado una carta para él.

Pensó que era un juego, pero al leer el amarillento papel se dio cuenta que no lo era: la que ahora podría haber sido su esposa lo dejaba. U lo dejaba de la peor manera. No había tenido el coraje de decírselo personalmente, ni siquiera por teléfono. Sólo por medio de un viejo papel, que en algún momento había sido blanco. Quizás guardaba el secreto por varios años, quizás solo tenía miedo.

Pedro, volvió a su departamento totalmente furioso, con bronca. Sus ojos, que ala mañana se despertaron iluminados, ya al mediodía denotaban ira. Aunque el mismo sabía que no estaba enojado, sino triste. La tristeza recorría su cuerpo, como la sangre circulaba por sus venas. Incluso cuando se levantó de aquella no tan profunda siesta, sentía como la melancolía paseaba por su ser.

Se paró delante de la ventana a oscuras, y contempló los autos, los pocos negocios, la calle y los vecinos que la recorrían. Esperaba ver a su amada por la misma calle, con los mismos vecinos. Le pediría explicaciones. Explicaciones que luego serían excusas.

Pedro hace un mes que espera a María, junto a la ventana, con la luz apagada.

2 comentarios:

Unknown dijo...

Te ganaste un golpe por recordarme todas las cosas HORRENDAS y el sentimiento de tu segundo nombre y el tercero mío.

Igual, escribís cada vez mejor, veo que pelaste la Flor escritora ehhh!

Juls dijo...

Pobre Pedro!!
Me re gustó el cuento =)
Besos Flor